domingo, 13 de diciembre de 2009
Artes Escénicas Se despiden los Emigrantes del Celarg. Original del autor Polaco-Francés Slawomir Mrozek y dirigida por Elia Schnider, el montaje toca un tema vigente y universal como la inmigración. Altamente recomendada. Viernes y sábado a las 8 pm. Domingo a las 6 pm. Bs.F 45 La cena de los idiotas de Francis Veber culmina su exitosa temporada en en el Trasnocho Cultural con las actuaciones Basilio Álvarez, Héctor Manrique, Alejo Felipe, Armando Cabrera, Samantha Castillo y Juvel Vielma. Sábado 08:00 pm y Domingos 06:00 pm. Bs.F. 50 Ubu Rey. Rajatabla ha remontado el clásico de Alfred Jarry en versión de Enrique Buenaventura, una corrosiva sátira en contra del ejercicio desmedido del poder. Sábado a las 8 pm y Domingo a las 6 pm. Sala Rajatabla. Av. México, Los Caobos. Improvisto de Navidad en Teatrex. El show en el que nada está previsto. Viernes y Sábado a las 10 pm y el domingo a las 8:30 pm. Bs.F 70. Ferias Feria de Navidad del Ateneo de Caracas está más viva que nunca. Centro de Convenciones del C.C. Macaracuay Plaza, Nivel PT. Hasta el 24 dic., 11 am a 8:30pm. Bs.F 12. Expo Regalos en el Parque Del Este. Tal como todos los años, la feria promete los mejores precios del mercado en juguetes, ropa, bisutería, adornos, zapatos y demás objetos y curiosidades que se suelen comprar para obsequiar en los días de Pascua. Abre sus puertas de 2 pm a 10 pm. Exposiciones “Carlos Cruz Diez: La Experiencia Sensorial del Color”, organizada por el Miami Art Museum (MAM) en colaboración con Periférico Caracas/Arte Contemporáneo, en el contexto del II Festival Encuentro de Artes España-Venezuela, bajo la curaduría de Rina Carvajal y la coordinación general de Adolfo Wilson. Una muestra imperdible. Centro de Arte Los Galpones de Los Chorros, Av. Ávila con 8va. Transversal, Urb. Los Chorros. “Overnight” de Suwon Lee. Hay algo más que oscuridad en estas fotografías de esta artista visual, cuyo trabajo ya es referencia de una nueva generación de creadores locales. Oficina #1 en el Centro de Arte Los Galpones de Los Chorros, Av. Ávila con 8va. Transversal, Urb. Los Chorros. “Homenaje a la memoria de Armando Barrios. 35 últimos años de su obra pictorica”, será exhibida en la Galería Freites de Las Mercedes una importante muestra expositiva desde el próximo domingo 15 de noviembre a las 11:00 a.m. Av. Orinoco, Las Mercedes, Caracas, Venezuela. Tel: (58)(212) 993.2549 / www.galeriafreites.com “Picasso y la expresión contemporánea”. El maestro del cubismo toma tres salas del Museo de Arte Contemporáneo. La muestra está dividida en tres ejes: Revolución de la mirada, Cuerpo y placer, Guerra y miseria. Salas 2, 3 y 4. Parque Central. Gastronomía La hallaca negra que inventó Sandro Mazzucato sigue ganado adeptos. Restaurante La locanda del patriarca. Centro Plaza, Nivel 6. Telfs.: 285.4318 Delicarte, Mercado Gourmet será el primer bazar especializado en productos gourmet y delicateses, con proveedores seleccionados. Mientras hacen sus compras, los visitantes podrán degustar, sin costo alguno, mimosas y vinos espumantes de Bodegas Pumar, agua Minalba Sparkling y cerveza Destilo. Habrá punto de venta, valet parking y total seguridad. Se celebrará este sábado 12 de diciembre de 2009 de 10 am a 4 pm, en el Centro de Arte Los Galpones de Los Chorros, situado en la Av. Ávila con 8va. Transversal, Urb. Los Chorros.
Código Venezuela
miércoles, 9 de diciembre de 2009
En el Centro Cultural Chacao
Centro Cultural Chacao
Horario: lunes a viernes de 10:00 a.m. a 5:00 p.m., sábados y domingos de 11:00 a.m. a 5:00 p.m. La entrada es libre. Fuente: Zoraida Depablos
Arte en la Red
Del 9 al 11 de diciembre tendrá lugar el Festival Caracas Chorts 2009
Setenta producciones se presentaron a la convocatoria y éstas fueron las seleccionadas:
La noche buena de Paco y Manolo de Alejandro Furth, ¿Qué he hecho yo para merecer una joyita como tú? de Gabriel Ordóñez, Libre de Gustavo Rondón, Quédate de Alfredo Hueck, La uva de Alexandra Henao, Llueve de Alexis Méndez, Mar blindado de Gerard W. Uzcátegui, Jesús TV de Héctor Orbegoso Rivera y Gastón Goldmann, Ritual de Carl Zitelmann, Es un Durhol de Melanie Wainberg y Alexandra Zerpa, Canción de Cuna de Vladimir Vera, Zona Cero de Joel Novoa, Soja de Gabriel La Cruz, Alguien te escucha de Andrea Baranenko, Vivir del cacao sin cacao de Alan González y Marcela Bonacic, 8 voces y un varape de Diliana Diaz y Absolución final: Historia de una fotografia de Carlos Solórzano.
El ganador del festival se llevará un premio de 110 mil Bs.F y será seleccionado por Nathan Collet, David Gyula y John Petrizzelli. El evento es organizado por Bajo La Manga, empresa de creación y gestión de proyectos en el sector cinematográfico y audiovisual.
Si quieres enterarte de la movida audiovisual de la ciudad y el trabajo de la nueva generación de cineastas, a partir de mañana y hasta el viernes, realizadores y espectadores se darán cita en la Casa Rómulo Gallegos de Altamira a las 7 pm.
Para más información, visita: www.bajolamanga.com
Un libro de lujo recrea asombrosas historias de niños caraqueños
El Grupo Editorial Cyngular presenta su más reciente obra, Pequeños, talentosos y esforzados. 10 niños que crecen con la cultura, de Francisco Suniaga y con fotos de Andrés Manner.
“Desde la misma tapa, Pequeños, talentosos y esforzados es un libro que alborota algo dentro de uno. Esa imagen de una niña inclinándose hacia las octavas más altas del teclado de un piano, con la luz a su vez llegando hacia ella, parece una imagen del Renacimiento, o un cuadro de Vermeer: la estampa de una muchacha que hace algo hermoso entre cuatro paredes, mientras el mundo brilla, ajeno, tras la ventana.
En Pequeños, talentosos y esforzados, el autor de La otra isla y El pasajero de Truman hizo equipo con el destacado fotógrafo Andrés Manner para encontrar en la capital venezolana a diez niños con historias de esfuerzo y de éxito que nos pudieran contar. Los hallaron en Petare, Los Rosales, La Pastora, Marín, Cotiza, Chacao. Vinculados al sistema de orquestas o amparados por un puñado de personas que protegen su talento como a una flor incomparable. La crónica de Suniaga y las fotos de Manner, en sí mismas de enorme calidad, apenas pueden exponer el brillo de esos seres que, sin que sobren los recursos ni el tiempo (a veces, incluso, en medio de la simple y llana pobreza), insisten en aprender y en tratar de ser mejores en su arte cada día, sea haciendo ballet, tocando el clarinete, dibujando manga o actuando en televisión”.
Julián Matasiete. El Librero
Sergio Dahbar, escritor y editor, fue el responsable de prologar este afortunado encuentro entre una realidad poco conocida y las miradas del fotógrafo y el escritor que la encuentran e interpretan. En el texto, se resume la vida del proyecto que fue inicialmente un deseo, así como la idea transformada en páginas que cuentan a todos que más allá de la desesperanza hay un horizonte que se alimenta de sueños, trabajo y constancia.
“Borges, lector privilegiado del universo cultural y filosófico que lo precedió, llamó la atención sobre una idea de Emerson que sirve para iluminar el mundo: si comprendemos un momento en la vida de una persona, somos capaces de entender la vida entera de ese ser humano.
Y ha venido a mi mente esta referencia a la hora de escribir sobre diez niños que cautivaron mi imaginación como pocas ficciones lo habían logrado antes. Criaturas de la vida real venezolana, humanidades que recrean en un instante de sus vidas (su relación tan peculiar con una expresión de la cultura) las energías de un país, sus esperanzas más elocuentes.
Un año atrás el Grupo Editorial Cyngular pensó que existía un tesoro oculto en la realidad nacional: sus niños, ese imaginario donde confluyen las mejores expectativas de futuro para Venezuela. Y diseñó una idea que compartió con colaboradores de primera línea.
Convocó al escritor Francisco Suniaga, al fotógrafo Andrés Manner, a los diseñadores gráficos Jacqueline Sanz y Gustavo González (de Estudio Piso 11), y al periodista y escritor Rafael Osío Cabrices, para pensar en un libro que reuniera diez perfiles de niños a los que la vida les cambió radicalmente (así como su destino) por relacionarse con la cultura.
El proyecto se puso en movimiento: los protagonistas comenzaron a ser identificados como gemas de una historia colectiva. En este cofre respiran jóvenes que deliran con el piano, otro que habla con los dioses a través de su clarinete, una muchacha que seduce al silencio con su baile africano, un pequeño que pone a brincar a los ángeles con unas tumbadoras, un adolescente que quiere comerse a Hollywood, un pintor con poderes en las manos, una bailarina que pareciera tener alas en los pies, una joven que combina el canto con el contrabajo, una criatura que ha encontrado mediante el manga un pasadizo secreto entre Petare y Japón.
Francisco Suniaga y Andrés Manner se dejaron absorber por una ciudad accidentada y no siempre segura. Subieron cerros y atravesaron calles desconocidas, como antropólogos en busca de una señal que fuera capaz de identificar poderosos ancestros y no pocas fuerzas contemporáneas. Sus hechizos hicieron efecto y encontraron la voz de la tribu.
Sus historias tejieron, como era previsible, un mapa insólito de Venezuela, donde caben todos los sueños e ilusiones, sin dejar de lado las adversidades que fortalecen el carácter de quienes suponen que alcanzar el éxito resulta tarea fácil.
Como un registro plural de voces que cuentan sus propias historias de logros y dificultades, de metas y retrocesos -que ayudan a pensar en objetivos más contundentes-, se construyó este milagro que es Pequeños, talentosos y esforzados, niños venezolanos que crecieron con la cultura. Alcanzar la meta estipulada ha sido producto de un equipo profesional que hizo todo lo que estaba a su alcance, y más, por ser fiel a la historia que encontraron.
El editor y escritor italiano Roberto Calasso escribió en varias ocasiones que un buen editor es aquel que publica buenos libros, con perdón de los cazadores de tautologías. Al leer Pequeños, talentosos y esforzados uno siente que es un proyecto que merece existir, porque había que contar lo que estos niños nos confirman desde la experiencia más precoz y emotiva. Si las palabras de Calasso esconden alguna verdad, el equipo que ha hecho posible este libro debe sentirse satisfecho.
Hay cierto reflejo oblicuo que se desprende de este libro, como la luz de una piedra preciosa. Se trata de la potencialidad que esconde Venezuela en la entrega de sus niños al campo del arte. Una salvación que adquiere rango de nobleza cuando advertimos que el otro lado de la luna de este libro es la ausencia de futuro.
Uno podría afirmar que en verdad este no es un libro. Como aquella pipa de Magritte. Sino todo lo contrario: la maravillosa capacidad que tienen estos niños para trasmitir lo mejor de un país que a veces cae en la tentación de pensar que la esperanza se ha perdido para siempre. Su existencia prueba todo lo contrario”.
En el libro de formato de lujo que constituye la más reciente apuesta del Grupo Editorial Cyngular, el escritor Francisco Suniaga y el fotógrafo Andrés Manner van tras la pista de una decena de asombrosas historias de vida en una Caracas llena de problemas, cuyos testimonios invitan a bordar un manto de retratos contra la desesperanza.
Código Venezuela
Cada imagen de esta serie supone que un misterio se esconde detrás de su densa penumbra. Un primer acercamiento nos coloca frente a unas fotos intrigantes y profundas, como el paseo nocturno por un bosque desconocido Carlos E. Palacios. Que sirva la reseña anterior para invitar a todo aquel a la inauguración de Overnight de Suwon Lee: a quien apoya la movida fotográfica.
Inauguración: Jueves 10 de diciembre de 7 pm a 10 pm
Oficina #1 – Centro de Arte Los Galpones de Los Chorros
Sobre la autora
Aquí transcribimos un perfil autobiográfico que escribió para el 11 aniversario de la revista Complot:
“Nací el año de la serpiente de fuego en el zodíaco chino. Cambio de piel tanto como ese reptil que seduce y causa tanto temor. Cada día soy una persona diferente, indecisa a veces, pero también muy clara sobre lo que quiero y lo que no quiero en la vida. Quiero vivir haciendo lo que me gusta, mostrando y creando un pedazo de mi realidad a través de fotografías, video y objetos. Vivo también creando mi mundo personal, rodeada de gente que amo y que me ama: mi familia y amigos. Hago el intento de tratar a las personas como me gustaría que me traten, aunque a veces fallo.
Mis padres son coreanos y llegaron a Venezuela un año antes de tenerme. Suwon significa Manantial, un nombre que ellos me pusieron a través de un shamán quien les dijo que en mi carta astral había demasiado fuego. Según él, para balancear este fuego tenían que ponerme este nombre para guiarme en la vida. Quizás haya algo de cierto en eso, ya que soy piromaníaca y me gusta jugar con fuego. Muchas veces he salido quemada, pero en casa tengo tres plantas de sábila y el amor de mi novio que me ayudan a sanar las heridas.
Viví hasta los 18 años en el segundo piso de un restaurante de comida coreana que estaba al frente del local salsero por excelencia de Caracas: El Maní es Así.
Desde mi ventana crecí viendo un espectáculo de gente muy diferente a mi familia como los transformistas que iban a trabajar a la Avenida Libertador, muchas veces perseguidos por policías, rateros huyendo y las víctimas corriendo tras de ellos o madres solteras llevando a sus hijos al colegio. Mi cuarto daba a la calle, y cada noche me iba a dormir con música de salsa en vivo, el escándalo de gente gritando, bailando y a veces hasta cayéndose a tiros de fondo y los Nocturnos de Chopin que ponía en mi reproductor. Ese fue el soundtrack de mi infancia a la adolescencia. Ahora escucho de todo un poco, pero sobre todo me gusta escuchar la radio. Escucho una estación de radio por Internet de Tijuana que se llama Radioglobal y me gustan los programas de música clásica de Jaime Bello Con Cierta Afinación por la 97.7FM y El Cuarto Azul de mi amigo Manuel Lebon.
Viví un tiempo en Seúl y otro en París. Ahora vivo en Caracas por que aquí me siento en casa y están mis seres queridos. Como casi todos los caraqueños, amo y odio a esta ciudad. Soy directora del espacio de arte Oficina#1 y trato de aportar una opción cultural a la agenda de esta ciudad que tanto me ha dado.
Amo el cine. Me gusta ver las películas de Jean-Luc Godard, Werner Herzog, Woody Allen y Abbas Kiarostami para suspirar mientras pienso en la condición humana, y las de John Waters para reír. Me gusta reír con la gente que me rodea. Me gusta ir a la playa con mi novio y con mis amigos. Me gusta bailar, antes lo hacía en locales, pero ahora lo hago más en casa. Soy desordenada y no me gusta serlo, pero estoy trabajando en ello. A veces me cuesta concentrarme pero cuando me concentro me quedo pegada en lo que hago. Quedé enganchada con Francisco Herrera Luque desde que leí Boves, El Urogallo y Piar, Caudillo de dos colores. Ahora estoy leyendo su bibliografía completa. Soy muy cercana a mi mamá. Me encanta comer bien, sobre todo comida coreana. Me gusta cocinar pero sólo lo hago en ocasiones especiales, para gente muy especial. No creo en el diablo, aunque en definitiva la maldad está por todos lados. No vendería mi alma ni mis principios a cambio de nada. Detesto los fiscales y policías corruptos, prefiero una multa a pagarles peaje. Todas las mañanas despierto dando gracias por otro día más de vida. Hay días en los que cuesta, pero el día siguiente siempre es mejor. Sí creo en el alma, también en el karma. Para mí Dios es Amor, sin ninguna connotación religiosa. Lo recuerdo a diario, sobre todo en los momentos felices. La luz es Todo. La luz es el principio de la vida y nos muestra cómo somos, como también nuestras sombras. La luz es también mi herramienta de trabajo, porque gracias a ella logro capturar imágenes y crear ambientes. Me gustan las personas luminosas, como Yoko Ono. Cuando necesito un aliento escucho su poema-canción Revelations, cantada junto a Cat Power. Me gustan las personas sinceras, honestas y trabajadoras. Todos compartimos diferencias y similitudes al mismo tiempo que somos únicos, por eso formamos parte de un mismo todo. Me encantaría tener Color Square Sphere de Olafur Eliasson en casa. Mi recuerdo más luminoso es durante mi infancia en Maracay, cuando mi mamá nos llevaba a mi hermano y a mi al zoológico, y nos empujaba lo más alto que podía en el columpio. Tengo un afiche en casa que tiene como único motivo una frase de Hannah Arendt: La vida es el bien más preciado”.
Código Venezuela
La discusión sobre el tema enfrenta a los senadores del congreso brasileño
No se trata de una discusión bizantina, sino enormemente práctica y actual.
Se refiere a la decisión de Lula de ofrecer a todos los trabajadores que ganen menos de 1.500 reales (unos 800 euros) un vale cultura de 50 reales (18 euros) para que se lo gasten en algo de carácter cultural. Puede ser para ir al cine, al teatro, a un concierto, comprar un libro, etcétera. ¿Y si se lo quiere gastar en una revista porno?
Ésa es la discusión que han levantado los señores senadores y que ha interesado mucho a las empresas que publican pornografía. “Revistas y periódicos son también material cultural. Y si ustedes lo piensan despacio también la pornografía es cultura” afirmó el senador Botelho que introdujo en la ley que ahora debe ser ratificada por Lula, una enmienda para que los pobres, con la tarjeta cultura que van a recibir, puedan deleitarse con publicaciones de mujeres desnudas.
En millones de pueblos del país no hay librerías, pero sí hay puestos de periódicos y revistas y nunca faltan las pornográficas. En el Ministerio de Cultura se ha llegado a reflexionar sobre qué tipo de periódicos o revistas podrían ser considerados culturales o no, pero se abandonó la idea por la complejidad de definir el concepto de cultura en una publicación.
Según la Asociación Nacional de Editores de Revistas (ANER) sólo un 3% de las más de 4.000 revistas publicadas podrían considerarse no culturales. Para los editores de revistas la lectura de éstas es el primer paso para interesarse por los libros.
El vale cultura deberá ser pagado por las empresas de los trabajadores, menos un 10% que pagaría el trabajador. Los 50 reales para cultura son lo equivalente en España a 18 euros, algo muy significativo para un trabajador brasileño cuyo sueldo base es de 520 reales (200 euros)
Después de la bolsa familia que ayuda a 12 millones de pobres y de la bolsa cultura, Lula ya está pensando en crear la bolsa teléfono para que ningún pobre se quede sin él. De ahí su popularidad que ha llegado, según el último sondeo, a un 83% (y eso al final de su mandato).
Tomado de: Código Venezuela
domingo, 6 de diciembre de 2009
martes, 1 de diciembre de 2009
No tengo idea de cómo ha de llamarse la siguiente entrada, tal vez deberá enarbolar el nombre de reflexiones a preguntas e ideas inconclusas que tal vez hallan nacido producto de informaciones de ésta materia y que por ende, al ser propias, me parecen mucho más interesantes que el escrito sobre la música mulata que me plantee en primer lugar. Hay un término fundamental que rescataré de nuestros recuerdos, dejo claro a riesgo de parecer lluvia de ideas, que quiero hablar de Latino América, quiero hablar de Venezuela, el término al que me refiero es el de modernidad. He intentado hacer planteamientos en torno a esto con respecto a Venezuela, en conversaciones con un buen amigo, Luís Mancera, sobre su tesis, las formas de ver el arte que tenemos y la política, ya sea nacional como universal, nacido de las preguntas ¿Debe ser una universidad de izquierda? ¿Debe ser una universidad progresista? y la diferenciación progreso izquierdismo, surgió una información, Venezuela se encuentra, al menso en el arte, en un periodo premoderno. Tomar esto en cuenta es fundamental, pues como aplicar el concepto de modernidad en un sitio donde la modernidad no ha acontecido; Es premoderna porque no ha surgido una vanguardia académica o no, teórica o histórica propia, es premoderna porque un latinoamericanista como Orlando Rodríguez me explico la historia del teatro venezolano de la década del cincuenta y sesenta a través de la influencia e inmigración extranjera que las dictaduras causaron, porque tomamos por base a un Horacio Peterson, una Juana Sujo, un Carlos Gímenez (finalizando los sesenta), un Nicolás Curiel con técnicas de puestas francesas a pesar de su nacionalidad y ni hablar de un Orlando Rodríguez chileno, un Arocha de
Para la consecución de este objetivo que me atrevo a delirar tengo varias ideas, la primera, ya dicha, la formación de un Centro de Investigaciones que permita hurgar en un pasado y en un presente, pues no es solo tomar también un siglo XX sino la actualidad, en teatro un CIANE, desde mi conocimiento de los primeros trabajos escénicos de biomecánica, un grupo Arena que hablo de una estética propia, nuevas tendencias, el teatro documental, del mismo modo en el cine innovaciones tecnológicas que harían volar a Kubrick, nuevas tendencias y manifiestos, un teatro latino creciente que se distancia en buena medida del americano, algo que era improbable hace unos cuantos años, las temáticas profundas, el uno de este medio artístico como crítica social enmarcadas en tonos comerciales, lo nuevo que quizá dentro de treinta años sea recordado como lo es el Rajatabla de Carlos Gímenez, estudiar lo propio y sembrar en lo propio deben ser consignas y nosotros debemos diseñar estás políticas, ya debemos parar de imaginar el caballero imaginario del señor Gombrich que anunciará la nueva era, está allí y para poder trascender a ella debemos reconocernos a nosotros mismos, que lindo que descendamos de la bella unión entre europeos mediterráneos, indígenas y africanos o de las violaciones que los blancos cometieron contra las indias y negras en nombre de un progreso necesario para el extranjero, un lastre que de manera excelente hemos sabido llevar en el hombro y en la mente haciendo peso en nuestras ideas y no permitiéndonos volar. Otra cosa a estudiar es la publicación de tesis, existen trabajos de grado y de ascenso de personal docente grandemente interesante que termina en una sala de referencia sepultado entre muchos otros libros azules con letras doradas, únicamente diferenciados en el grosor y que pueden constituir una fuerte de información y de estudio de nuevo nivel, una tesis es una investigación y la misma debe estar al servicio de la humanidad, por ende debe resultar interesante, debe estar escrita en un lenguaje entendible por todo el que pueda mostrar interés, no solo para catedráticos como en el caso de la mayoría de los trabajos de ascenso a profesor titular, debe poseer un nombre llamativo, debe reconocerse la importancia de la imagen, hoy mismo vi. un trabajo de ascenso de una docente de artes plásticas que hablaba de imágenes en el periodo colonial, unas 300 páginas y según índice 60 ilustraciones pequeñas y en blanco y negro, es insólito esto, la actualidad nos ofrece posibilidades inimaginables, deben ser bien aprovechadas, a veces la transgresión no es quemarlo todo, defecar sobre tal cosa, sino simplemente cambiar la visión, no es lógico que digamos que todo está mal dentro de la escuela, en e mundo, el universo o el multiverso mientras seguimos limándonos las uñas esperando a que alguien lo cambie, no estamos ya en un periodo absolutista en que una persona decidía por todos sino que es a través de la construcción que se genera un conocimiento nuevo, formativo y necesario para el cabal desarrollo del arte nacional y aunque suene político, el pueblo, no solo el hombre hito que se rescata en nuestro cine financiado sino la lo social, la mayor función del arte es la de decir que hay cosas que no están bien y que deben ser tocadas, el arte quizá no sirva para parar una bala en una guerra civil pero si sirve para plantar una flor en la mente y el alma de una persona y darle visiones e ideas que cambien nuestro mundo, sonará ahora idealista, no me importa la verdad serlo, pero las guerras, la pobreza, la miseria y el desorden social no se superan dando pan, circo, créditos y todo lo que pida alguna subcultura o estrato social, las guerras, la pobreza, el desorden social, hincan en la mente del hombre y es precisamente allí donde debe ser combatido.
Grietas en la historia silencian las razones de aquellos que llevamos un mundo nuevo en los corazones…
Claudio Arriojas
El Centro de Documentación Virtual del Teatro Venezolano surge en primer lugar, como parte de esa necesidad real en cuanto a la evidente carencia de un centro que recopile todo lo relacionado y/o existente del teatro venezolano; conocemos de material bibliográfico relacionado a esta temática en las diversas bibliotecas del país, en las escuelas de teatro, en las sedes de las agrupaciones, en los centros de investigación teatral y bancos de datos de fotografía y material ilustrativo del misma. Debemos organizar el material, crear la base de datos y la pagina Web para facilitar al usuario un panorama confiable de lo que fue y es el teatro venezolano. Es una revolución tecnológica. El CDVTeVe está orientado a la preservación virtual del patrimonio teatral de Venezuela, nos proponemos crear un espacio de discusión y proyección a gran escala que busca traspasar fronteras informativas y de mejorar el conocimiento acerca del teatro venezolano. Página: http://cdvteve.ve.tripod.com/ | ||||
Página: http://cdvteve.ve.tripod.com/ |
Con la entrega del premio se dio inicio a la feria del libro más importante del continente
GUADALAJARA, México
También conocido como el “poeta del silencio” Cadenas fue descrito por el jurado que lo eligió como “una de las voces más reconocidas de la poesía latinoamericana contemporánea”.
“Lúcido y vigilante, Cadenas no ha dudado… en ir rompiendo con las formas, los géneros y los discursos más frecuentes dentro de la poesía moderna, y ha ido haciendo de su creación un punto de referencia para las distintas generaciones”, dijo el jurado al dar a conocer su veredicto a finales de agosto.
Cadenas tiene unas 20 obras publicadas, entre cuentos, ensayos y antologías de poemas. Formó parte del grupo “Tabla Redonda” y es profesor de la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Nacido en 1930 en Barquisimeto, Venezuela, inició sus pasos en la literatura desde muy joven.
De sus libros de poesía y ensayo se destacan “Los cuadernos del destierro” (1960), “Falsas maniobras” (1966), “Memorial” (1977), “Amante” (1983) y “Gestiones” (1992).
En 1986 recibió la beca Guggenheim y ese mismo año fue reconocido con un doctorado honoris causa de la Universidad Central de Venezuela. También ha recibido los premios Nacional de Ensayo en 1984, Nacional de Literatura en 1985, San Juan de la Cruz en 1991 e Internacional de Poesía Pérez Bonalde en 1992.
El Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, otrora conocido como Premio Juan Rulfo, es uno de los más prestigiosos en la literatura hispanoamericana y reconoce a un escritor que haya aportado una valiosa obra de creación, en cualquier género literario y cuyo medio expresivo sea el catalán, el español, el francés, el gallego, el italiano, el portugués o el rumano.
La FIL se extiende hasta el 6 de diciembre.
Código Venezuela
Este miércoles 02 de diciembre, a las 6:30 p.m. y 10:30 p.m, The Biography Channel transmitirá un documental sobre la vida y obra del maestro de la luz
Por vez primera la vida y obra de Armando Reverón, uno de los más dignos representantes del arte moderno latinoamericano, serán difundidas por televisión y tendrán alcance regional.
El trabajo implicó una cuidada selección de numerosas fotografías, algunas inéditas, y material fílmico realizado en vida de Reverón, quién se siempre se mostró complaciente ante la lente de una cámara. Una de las autoras de estas imágenes, la cineasta Margot Benacerraf, brinda su testimonio en Reverón, al igual que lo hace John Elderfield, el curador de la exposición de Reverón en el Museo de Arte de Nueva York (MoMA) y Luis Enrique Pérez Oramas, curador de la colección de Arte Latinoamericano del MoMA, además de gran conocedor de la obra de Reverón.
Reverón contó con la producción de Constanza Burucúa, la musicalización del compositor Julio d´Escriván, la participación financiera del Consejo Nacional de la Cultura de Venezuela y del Proyecto Armando Reverón, bajo la égida de Producciones Triana.
Código Venezuela
domingo, 29 de noviembre de 2009
Si trabajas como un esclavo, gastas todo tu dinero pagando las cuentas y luego sientes que no eres dueño de tu vida, entonces esta historia es para ti. Un freegan es alguien que un día renunció a su empleo y dejó su casa para seguir una despreocupada vida sin obligaciones. Ya no trabaja, no es un indigente, tampoco un mendigo, sino alguien que vive de recolectar lo que otros desechan. Pero sobre todo quiere demostrarte que se puede ser muy pobre y feliz.
Foto: Elizabeth Millar
Henry David Thoreau
Cuando parecía que las resistencias habían sido disueltas, cuando las glorias del mundo unificado se cantaban en los pasillos blanqueados de los malls, un hombre incómodo emergió desde el fondo más sucio y maloliente de la opulencia: era el lord anónimo de la basura, el emperador desarrapado y libre, el freegan1 con botas de plástico en busca de los tesoros perdidos en los detritos de la historia. ¿Un freegan? Sí, un hombre libre que ha quemado las naves y ha renunciado a su loft, su horario de oficina, su tarjeta de crédito y todos sus bienes de consumo, para comenzar a vivir de lo que encuentra recolectando en las calles.
Lo vi por primera vez en un documental de la cineasta belga Agnès Varda, LES GLANEURS ET LA GLANEUSE (Los espigadores y yo), un paseo poético (y también una denuncia) a través del universo de los recolectores de rastrojos, hombres y mujeres que se dedican al viejo arte de levantar residuos, esa materia abandonada. En el campo, los espigadores van detrás de los restos de arroz o soya, pero, en las ciudades, rastrean los cuadernos a medio usar, las sillas cojas, los cojines desplumados, todas esas cosas que han quedado al margen, arrinconadas en las aceras por desprecio o negligencia. Son objetos a medio camino entre el uso póstumo y el olvido, trastos inútiles que un día reciben la atención de los recolectores, una mirada capaz de insuflarle vida a todo aquello que parecía hasta entonces muerto. Arqueólogos de los suburbios, para ellos una licuadora vieja no es diferente de un ánfora babilónica, sólo que esta vez no irá a formar parte de los museos, sino de su pequeña mansión rupestre, donde los artefactos de la década pasada encuentran siempre un segundo aire.
1. La palabra freegan viene de la unión de las voces inglesas free (libre) y vegan (contracción de vegetarian). Siguiendo el ejemplo de los vegetarianos, los freegans renuncian al consumo de una serie de cosas en pro de una ética y un objetivo mayores. [Nota de los verificadores]
Varda lo documenta: la práctica de los espigadores no se ha detenido jamás; en realidad sólo se transfigura, se desplaza, crece, va de los surcos de tierra a los fosos marginales de las grandes urbes. Okupas, gitanos, madres solteras que desean ahorrar, desempleados con el estómago vacío, familias mileuristas, recolectores de ocasión, artistas: en la travesía de Varda cientos de personas se inclinan a lo largo del territorio francés para rescatar, a escondidas, calabazas enanas o sillones contrahechos arrojados a las banquetas donde conviven vagabundos, perros y pepenadores. Se trata de un antiguo ejército de espaldas dobladas (pero que no se doblegan), un contingente al que se ha sumado la compañía sublevante del freegan: el espulgador consciente de la basura, el desertor de la abundancia. «To bend is not to beg», reza la antigua proclama de los espigadores. A lo que el freegan agrega: «We will eat your scrap but we won't buy your crap». Comeremos sus sobras, pero jamás compraremos su escoria. No estamos frente a un simple acto de pillaje, sino frente a «tácticas alternativas de suministro», estrategias para frenar la dilapidación que en estos días se propaga como un incendio. Para el freegan la recolección de desechos no es un acto de supervivencia, sino una crítica radical a una sociedad que ha abrazado la ideología común del consumismo. No comprar, no participar en la economía convencional, no derrochar, no sujetarse a los ideales seculares de trabajo, dinero, propiedad y poder. En español podría llamarse: anarcopepena o anarcorrecolección. Es decir, un tipo de anarquismo posterior a la caída del Muro, atento a la colaboración horizontal, crítico de la economía de mercado (despilfarro, voracidad y envase no retornable), pero entregado a un tipo de acción sin violencia.
«Las revoluciones a la manera antigua -ha escrito el filósofo francés Michel Onfray- se han vuelto imposibles en la historia posmoderna. En lugar de esa esperanza abolida queda lo que Deleuze llama el devenir revolucionario de los individuos». La anarcorrecolección es eso: una insurrección nómada que se propaga a través de pequeños grupos por los linderos de la ciudad hedonista. Cansados de las aspiraciones vacías de la sociedad posindustrial -larga vida, llena de riquezas materiales, cómoda y segura, pero incapaz de soñar-, los freegans son individuos del hartazgo, ingenuos sin ingenuidad, que se han entregado a la recolección. Están hartos de ser criaturas apáticas, sin pasiones ni compromisos, espectadores pasivos de la destrucción del mundo, pero ninguno desearía encabezar una revuelta con comandos armados. Su conciencia contestataria carece de centro, no es uniforme, opta por la inspiración heterogénea: es altermundista, ecologista y lúdica, pero también cercana al andar errático del situacionismo y a otros movimientos empeñados en reunir arte y vida (como los Diggers de Haight-Ashbury, aquella comunidad de artistas callejeros ubicada en San Francisco que a lo largo de los años sesenta vivió bajo la economía del regalo, el reciclaje y el trueque). La anarcorrecolección es la concepción de una nueva forma de convivencia que ha entrado en consonancia con los enclaves de autoproducción «do it yourself» [hágalo usted mismo] y la proliferación de grupos en rebelión que se dispersan por todos lados en estos días sofocantes (monos blancos, hackers, piqueteros, anticorporativistas, ecoguerrilleros, cibernautas que proclaman la era de los códigos abiertos). Átomos en fricción para reavivar el deseo y abrir grietas en la fría lógica del capital o los discursos de una izquierda centralizada y caduca. Grietas, conductos, fisuras, los freegans son como esas lombrices que oxigenan los detritos, abriendo huecos por donde puede pasar, de nuevo, un poco de aire.
La aspiración última del freegan, el «consumo cero», parece una forma de activismo de la renuncia. Es decir, la abdicación sin ambigüedad a un sistema de producción «donde el beneficio ha eclipsado las consideraciones éticas». En su página web, los freegans consignan una lista interminable de compañías (de Exxon a Pfizer, pasando por McDonald's y Burger King) que ejercen algún tipo de violencia sobre la vida, fábricas que destruyen el ambiente, corporaciones que violan los derechos humanos, cadenas de comida rápida que abusan de los animales, contaminan el agua y el aire o multiplican las horas de trabajo sin compensación. Pero boicotear esas marcas, argumentan los freegans, no basta para erradicar la enfermedad. Es preciso deslindarse por completo, abandonar la metrópolis de todos los excesos, no volver a consumir jamás.
No hay cosa que en manos de un freegan no encuentre una segunda existencia. Así, el aceite vegetal que ha sido usado para freír en los restaurantes es transformado en combustible, del mismo modo que las piezas de las viejas PC, reinas de la caducidad, sirven para crear computadoras ensambladas. En el fondo, lo único que busca el freegan es restablecer el equilibrio perdido, volver los ojos hacia la «sabiduría de la naturaleza». Después de todo, lo que llamamos reciclaje no es sino la recuperación tardía de un proceso natural, la forma en que la vida se reintegra a la vida. Ya lo sabemos: en la naturaleza nada es desperdicio, al menos para los gusanos, las rémoras, los ácaros, las aves carroñeras y los microorganismos. La tierra misma, ¿no se nutre acaso de excrementos y frutos podridos? Sólo en la civilización hay basura: ese caldo de jeringas, recipientes de tecnopor, botellas y bolsas de plástico que hace tiempo flota en el Pacífico (más de seis millones de toneladas de basura terminan en el mar cada año), donde los lobos marinos chapotean hasta agonizar. Nuestros desechos se han convertido, después de dos siglos de actividad industrial, en las cimas de la civilización: sólo ellos son hoy capaces de desafiar a la eternidad.
Sobre todo en la comida nos hemos vuelto súbditos del derroche y la tontería. He sabido de una práctica común entre los agricultores italianos que destruyen cada año la sobreproducción de tomates para conservar su valor. La pregunta es evidente: ¿por qué no mejor donan o rematan sus excedentes a los desempleados o los inmigrantes pobres? Porque en la ecuación inflexible de la oferta y la demanda regalar equivale a devaluar, es decir, a perder dinero. Lo mismo sucede en los emporios de comida rápida, las panaderías, los supermercados. Cada noche en los botes de basura del primer mundo se acumulan enormes cantidades de rosquillas, panes o croissants a los que ningún censor de la repostería pondría algún reparo. O quizá sólo uno: el de que mañana serán el pan del día anterior. Si la existencia de las donas sólo tiene sentido recién salidas del horno, ¿por qué entonces se producen tantas? Porque en la lógica de la abundancia nada es demasiado y, además, hay que mantener la vitrina rebosante, la vitrina que es el primer anzuelo arrojado sobre la libido del consumidor. Tal vez por eso los freegans se han empeñado en rescatar rosquillas (pero también yogurts a punto de caducar, fruta envasada, bolsas de espagueti ligeramente rotas) de los depósitos comerciales, y reutilizan los muebles, la ropa y los electrodomésticos que otros arrojan a la calle porque sí, por dispendio, por exceso.
Como nueva transformación del ethos de la clase media, los freegans no son mendigos sino ex gerentes, ex corredores de bolsa, ex ejecutivos de grandes corporaciones que finalmente han dejado su pecera asfixiante (algo parecido a un tubo que se extendía de la casa a la oficina y de ahí al centro comercial) para nadar en los mares procelosos de los suburbios. Sus comunidades florecen precisamente en las ciudades del gran consenso, donde aún hace unos meses se celebraba la boda interminable de la democracia y el liberalismo económico, como si se tratara de una relación sin fisuras. Pero en Manhattan, Los Ángeles, París, Barcelona, Hong Kong, Londres, Berlín, Tokio, los recolectores anarquistas anunciaban una crisis -la saturación irracional del sistema de consumo-, agrupándose alrededor de pufs y love sits abandonados, cacerolas y lámparas apenas rotas, los guijarros de hojalata dejados a la orilla por las grandes mareas de la novedad. Desde hace diez años, los freegans salen, a medianoche y en grupos, a recorrer las rutas del desperdicio, como lo hacían los miembros de la Drop City, aquella ciudadela hippie de construcciones geodésicas armadas con techos de automóviles viejos. Se detienen a las afueras de los restaurantes y los supermercados, donde es posible encontrar alimentos seguros y en perfectas condiciones para preparar sus propias comidas o para compartirlas en fiestas públicas. Porque los freegans no sólo aspiran a subvertir la economía de la devastación a través del propio ejemplo, sino que abogan por la generosidad, la cooperación, el desprendimiento y, sobre todo, el sentido de comunidad que prevalecía entre las espigadoras del Medievo. En una época donde la norma es la contraria, donde lo que prima es la indiferencia, el asilamiento y el miedo, el espíritu freegan nos deja perplejos. Es como si hubieran transformado su indigencia voluntaria en el espejo irónico de una época indigente.
Como fenómeno social, la anarcorrecolección parece haberse convertido en algo más que una subcultura sui generis, un grupúsculo enternecedor o una manía romántica. En sus pequeños departamentos okupados a las afueras de Brooklyn, donde lo desechable encuentra un nuevo aliento, los freegans practican una forma de vida fundada en la pobreza voluntaria, la misma que practicó el filósofo anarquista Henry David Thoreau durante su estancia en los bosques de Walden. Lejos de los centros comerciales, lejos de las tarjetas de crédito, los seguros y las hipotecas, los freegans viven con las manos vacías «en una austera y espartana sencillez». Saben que entre menos dinero necesiten para sobrevivir, más débil será la tentación de sacrificar su vida para obtenerlo. El «consumo cero» es una purga del sistema, una forma de no contribuir a la insensatez de una sociedad que produce mucho más de lo que necesita. Pero significa también una recuperación de la libertad. «Lo que el hombre necesita, más que medios de acción, son fines, esencia: ser algo», escribió Thoreau. El freegan es a menudo alguien que ha recuperado el ser, después de haber vivido extenuado por el tener.
Foto: Elizabeth Millar
Pienso, por ejemplo, en Steve Gutiérrez, el fundador de un taller de bicicletas recicladas que antes había sido banquero de inversiones en Wall Street. Una tarde, Steve se preguntó, como alguna vez había hecho Bukowski: «¿Cómo puede un hombre ser feliz si su sueño es violentamente interrumpido por una alarma a las seis y media de la mañana, para abandonar la cama, desayunar, mear, lavarse los dientes, peinarse y pelear contra el tráfico con la única finalidad de llegar a un lugar donde esencialmente se dedicará a hacer un montón de dinero para alguien más, alguien que lo obligará a darle las gracias por haberle dado la oportunidad?». Steve podría haberse dejado convencer por el confort, pero algo en él comprendió que su cama de agua le ofrecía un bienestar cada vez más fúnebre, y se largó a pedalear en su bicicleta de segunda por la ciudad.
Algo parecido le sucedió a Madeline Porcaro, una mujer que ganaba un sueldo de ensueño en Barnes & Noble, hasta que un día, mientras participaba en una marcha contra la guerra en Irak, decidió abandonar el barco con todo y sus arcas hinchadas. Protestar contra la guerra sin cortar las ramas de su propia comodidad, ¿no era una salida en falso? Después de todo, su profesión consistía en alimentar la insaciabilidad de los compradores e inyectar energía a la sociedad del entretenimiento contra la que gritaba cuando tomaba las calles. Porcaro comenzó a enfermarse de sí misma, a intoxicarse a fuerza de contradicción, a deprimirse, esa forma de impotencia. Entonces renunció a su empleo, cambió su loft de clase alta en Manhattan por un pisito amueblado con objetos encontrados en la banqueta y dejó el estilo obsolescente (la idea de que las toallas terracota deben tirarse cuando ha pasado el otoño) por el reciclaje.
«La mayoría de la gente -cuenta Porcaro en una entrevista- pasa más de cuarenta horas a la semana en trabajos que detesta para comprar cosas que no necesita». Una profunda infelicidad debe estar germinando en el centro mismo de la opulencia para que sean precisamente sus habitantes privilegiados quienes comiencen a emigrar hacia el lado contrario, hacia la negación del consumo y la abolición de los checadores de tarjeta. Free your life from work! Los freegans no sólo recogen cacharros del suelo, también se dedican a recuperar el tiempo perdido. En lugar de embrutecerse día con día acomodando en Excel cifras piramidales de dinero que nunca verán en sus bolsillos; en lugar de convertirse en los obreros malogrados de alguna multinacional que los hará trabajar cada vez más por menos, sin derecho a servicios de salud pública y bajo la única certeza de que serán despedidos cuando las fuerzas laborales de Bangladesh hayan alcanzado el nivel de la esclavitud que no cueste nada a sus dueños; en lugar de amargarse entre las paredes de una empresa que arroja desechos tóxicos a los ríos del Tercer Mundo, los freegans se han entregado abiertamente al proselitismo de una nueva forma de vida: la vida ociosa. No es extraño que la gente los considere parásitos y haraganes; después de todo, lo suyo es una herejía: se han desnudado, a la vista de todos, del dogma de la productividad y la religión del capitalismo. La suya es una moral contraria a la ética del trabajo, una inversión de valores donde la competitividad es sustituida por la cooperación; el enriquecimiento, por el intercambio; el yugo de las horas extra por el juego, el placer y la posibilidad de entregarse a una percepción más sensible de la realidad. Desempleo deliberado, enclaves de trabajo cero, ayuda mutua, bancos de tiempo, autoempleo, activismo voluntario; cambian los nombres y las formas, pero en el fondo la idea es la misma: el renacimiento de un sentido de colaboración que hace posible el ocio compartido. Y algo más: la no participación en las transacciones laborales que sostienen al sistema.
Al final de su libro sobre la vida de los filósofos cínicos, y de Diógenes en particular, el filósofo francés Michel Onfray convoca a la práctica de un nuevo cinismo, una sabiduría jovial y al mismo tiempo insumisa capaz de descubrirnos una alternativa frente «a los mercaderes del apocalipsis y los teóricos del nihilismo». Onfray no llama a usar el pelo largo, vestir mantos agujereados ni habitar entre la mugre; los nuevos cínicos tendrían que ser simplemente individuos celosos de su autonomía, figuras resistentes frente a la arrogancia de los poderosos, hombres y mujeres a quienes correspondería la tarea de arrancar las máscaras consumibles de la sociedad actual. Con sus morrales a cuestas, vagabundeando junto a los perros entre escondrijos y depósitos prohibidos, los freegans podrían pertenecer sin dificultad a la estirpe de Diógenes. Cerca de veinticinco siglos después, ellos no sólo se niegan a comulgar con la ostentación del momento -como hiciera Diógenes, llamado perro porque se identificaba con la simplicidad de la vida canina-, sino que también están dispuestos a denunciar, a través de la acción, las supercherías de su época. Como los cínicos, los freegans se contentan con lo que encuentran a su paso y comen en los linderos de la plaza pública, entregados al azar alimenticio, sin obedecer los ceremoniales de la comida, cada vez más lejos de los merenderos masivos, con su fast food y sus tetrapacks multiplicados. Y también invitan al escándalo con su forma radical de libertad y esa práctica tan suya de comedores de basura que despierta la curiosidad horrorizada de las chicas de la tele que no dejan de fruncir la nariz cuando los entrevistan. ¡Pero si no tienen necesidad! ¿Por qué se sumergen en la inmundicia? ¿No es antihigiénico? ¿No les da miedo la enfermedad?
La gente escamotea a los freegans, los ridiculiza, se ríe de ellos. Pero al final lo hace siempre con un temblorcillo en los labios, el temblor del que ha quedado al descubierto, desnudo, muriéndose de frío. «Tal vez -piensa la gente desde el fondo de su imaginación apocalíptica- si el mundo no cambia, todos terminaremos arrebatándonos McNuggets entre los desperdicios... ¡como ellos!». La visión es tan estremecedora, que la chica del noticiero matutino, que nunca luce sus vestidos más de una vez, termina por aplaudir al freegan, con lágrimas en los ojos, por haberla salvado momentáneamente del fin de los tiempos. «You're making the difference», le dice mientras le retira el micrófono, tratando de limpiarlo discretamente para evitar un contagio de piojos. Los freegans podrían ser chics. Después de todo, ¿la rebelión no se había convertido en parte del juego democrático? Pero el freegan no sonríe, algo en él permanece impermeable a la banalidad televisiva, y no deja de soltar cifras y documentos sobre el desquiciamiento ambiental y el arrecife de materia descompuesta bajo el que yace, por ejemplo, Nápoles, una ciudad cuya basura no cabe ya en ninguna parte y de donde la gente ha comenzado a exiliarse, huyendo de su propia mierda.
¿Y si los freegans fueran nuestros médicos de emergencia ahora que nuestros despojos se han desbordado, saturando de miasma las ciudades y los mares? A diferencia de las retóricas difuntas de la izquierda tradicional o de las prácticas ambiguas de distintos movimientos anticonsumistas como Adbusters, los freegans han pasado del discurso a la práctica cotidiana, de la representación al acto. La suya no es la elaboración de una teoría, sino la capacidad para vivir -- de acuerdo a los dictados de una sabiduría desesperada -- una existencia sencilla, generosa, inaudita. Y mientras comer desechos sea contrario a la idea de civilización, su espíritu inconforme permanecerá intacto, y su basurero, ajeno a la domesticación de la publicidad.
Tomado de: MSN LA